Por: Esteban Terneus

Director Escuela de Gestión Ambiental

Quizá este tema se mantenga en segundo plano dada la emergencia sanitaria por el COVID-19 a nivel mundial. Sin embargo, el cambio climático es un virus silencioso que ataca, en primera instancia a los recursos naturales, y luego afecta a la humanidad, generando mayores limitaciones en la disponibilidad de recursos naturales, utilizados como materia prima para toda la cadena de bienes y servicios que desarrolla el hombre para su subsistencia.

Quiero hacer referencia esta vez al impacto que ocasiona, en particular, el cambio climático sobre la disponibilidad de los recursos hídricos y a aquellos ambientes donde se genera y almacena este importante recurso, los páramos y lagunas alto andinas; sin olvidar que, por su naturaleza el agua es la responsable del mantenimiento de la vida en el planeta. Un grupo de investigadores de la Escuela de Gestión Ambiental de la UIDE realizó una investigación donde se determinó, en referencia a datos históricos (información del año 2000) confrontados con datos levantados en campo durante el 2019, importantes cambios en el funcionamiento de un grupo de lagunas alto andinas, ubicadas en la provincia del Carchi, al pie del volcán Chiles, en la frontera con Colombia. Se evidenció reducción en las poblaciones de plantas acuáticas sensibles a cambios ambientales como los Isoetidos, indicadores de buena salud ambiental. También se identificaron patrones de desplazamiento de la flora nativa, con la consecuente transformación de los ambientes acuáticos en terrestres. Iniciando un proceso conocido como sucesión ecológica en lenguaje científico. Estos cambios ponen en evidencia el gran perjuicio del cambio climático sobre la naturaleza del ecosistema acuático, por la pérdida o reemplazo de sus especies, responsables de mantener el equilibrio y la calidad del agua que se produce en los páramos andinos y que más tarde es consumida por el ser humano en sus distintas necesidades.

Si bien es cierto, el cambio climático es un fenómeno natural que ha estado presente en el universo como parte de su propia dinámica ambiental, no podemos cerrar los ojos y dejar de aceptar que la gran expansión demográfica en el mundo y, sobre todo, los perversos hábitos de consumismo que ha desarrollado la humanidad son, en gran medida, los responsables de que estos impactos sean cada vez más fuertes y de mayor intensidad. Si no cambiamos drásticamente nuestra forma de vida y visualizamos la importancia de los recursos naturales con objetividad, las pandemias seguirán apareciendo como un mecanismo de resiliencia, al que el planeta en su esencia buscará, en su momento sacudirse del depredador más grande, el ser humano. Por su parte, la academia tiene el deber y compromiso moral de formar especialistas en temas ambientales capacitados para controlar las futuras pandemias, transformándolos en los galenos de la naturaleza.